viernes, 19 de febrero de 2016

EL HOMBRE QUE MATABA TOROS CON SUS MANOS

Un aspecto que ha perdido interés y fuerza en el estudio de las artes marciales, es el de la magia que despierta el explorar los alcances y las maravillas que puede realizar el ser humano bajo el dominio de la mente y el cuerpo. Hoy día, con el auge del Internet y las comunicación digital, casi no queda tiempo para echar la mente a volar e imaginar mundos en donde los simples mortales pueden realizar saltos tan grandes, que se puede decir que “vuelan”; que pueden tomar un sable y partir a la mitad a varios enemigos de un solo tajo o incluso que destruyen muros utilizando solo los puños. Esa forma de pensar, en edades tempranas estimulaba la imaginación y era fuente inagotable de historias, en la que fungían como héroes personajes como del que nos ocuparemos a continuación.



MASUTATSU ÓYAMA fue un maestro de las artes marciales con una historia peculiar: Surcoreano de origen, emigra desde temprana edad a Japón, comenzando sus prácticas desde los 9 años. El karate tradicional fue su escuela, sin embargo, los azares de la vida lo llevarían a lugares que quizá nunca imaginó.

Se dice que su infancia fue marcada por la relación que tuvo con su padre alcohólico y abusivo, lo que influyó para que desarrollara un carácter rebelde, que más tarde sería reflejado en la forma en que estudió las diversas disciplinas marciales a lo largo de su vida, ya que jamás se sujetó formalmente a ninguna, pues siempre aportó de su propia cosecha y lo que no le gustaba, lo desechaba.

Ya en su juventud temprana, formó parte de un grupo selecto de la milicia que se caracterizaba por hacer incursiones sin armas, con un alto grado de efectividad, en donde demostró además de liderazgo, una envidiable inteligencia y una sagacidad poco antes vistas; sin embargo, este grupo fue disuelto al concluir la Segunda Guerra Mundial. Intentó sin obtenerlo, ingresar como piloto a la fuerza área japonesa, lo que marcaría su destino definitivo.

Lucha Olímpica, Judo, Box, Karate, así como otras disciplinas que estaban en ciernes, fueron abordadas con mucho entusiasmo, incluso algunas incipientes como el Aikido. Sin embargo, en un momento de iluminación, es aconsejado para que se retire a la soledad de las montañas, a perfeccionar su arte. Acepta, no sin la condición de llevar un alumno de compañía, quien deserta a los 6 meses, dejándole en la soledad. Escribe una carta a su maestro haciéndole saber que tiene serias dudas sobre la necesidad de regresar a la civilización y su maestro le sugiere depilarse las cejas, ya que así le “daría vergüenza que la gente le viera”, no sin antes extenderle sinceros y sabios consejos filosóficos.

No completa su entrenamiento plenamente y regresa a Japón a competir, obteniendo inmejorables resultados, ya que no perdió ningún combate, quedando todo eso documentado, más sin embargo, tenía un hueco en su corazón, un gran vacío por no haber completado su meta como lo había planeado, así que regresa a la paz de las montañas, ahora completamente solo, forjando de manera sólida su leyenda.

Sube  a la montaña de Kiyozumi, en donde sus práctica incluían el estar varias horas bajo el flujo de agua helada de cascadas, romper piedras y maderas con los puños, realizar saltos cada vez más altos siguiendo el crecimiento natural de la vegetación. Pero no solo eso, se inmiscuye profundamente en la filosofía Zen, leyendo toda la literatura que pudo encontrar y combinando de manera mística la preparación entre el cuerpo, la mente y el espíritu.

Ahora sí concluye satisfactoriamente su entrenamiento, y regresa de nueva cuenta a la civilización sintiéndose completamente preparado, dedicándose un año entero a demostrar las habilidades aprendidas, viajando a los Estados Unidos, para luchar contra cualquier peleador que quisiera enfrentársele, sin importar su peso o especialidad. Se dice que luchó con cerca de 270 excelentes peleadores, derrotándolos a todos, destacando el hecho de que a la mayoría los sometió en menos de 3 minutos, a muchos de ellos en segundos, gracias a lo cual llegó a ser llamado “Godhand” (Mano de dios) en alusión a la locución japonesa "Ichi geki, Hissatsu", o ,"Un golpe, una muerte", que era el ideal del peleador, convertir el cuerpo en un “sable humano” capaz de derrotar al contrincante con un solo impacto.

Pero además de estas hazañas, hubo una en particular que llamó la atención en todo el mundo. Y se trata de lo siguiente. Para probar su poder, desde el año 1950 comienza a dar exhibiciones, combatiendo con toros. No fueron toros cualquiera, la mayoría eran toros de lidia de reconocida bravura, estando de acuerdo los cronistas en que fueron poco más de 52 combates oficiales que pudieron ser constatados. Aunque se dice que los mataba, realmente se tiene el antecedente de que venció a 49 rompiéndoles uno o dos cuernos y matando a los 3 restantes de un solo golpe, que realizaba con el canto de la mano, emulando la técnica del sable descrita en el párrafo que antecede.



Como nota curiosa, a los 34 años en la Ciudad de México, casi pierde la vida en una exhibición, ya que uno de los toros lo alcanzó a cornar. Sería gracias a su fortaleza física,  su disciplina o solamente suerte, pero pudo vivir para contarla.

Posteriomente decide dedicarse a la enseñanza, y su mayor aportación es la creación del estilo de Karate “Kyokushinkai” (Escuela de la más alta verdad, de Kyoku: lo más alto; Shin: Verdad o Realidad), estilo influenciado en gran parte por la incursión que hizo el maestro en el Muay Thai, y en donde destacan los ataques a corta distancia, que pretenden noquear al adversario, incluyendo golpes potentes y patadas a las extremidades inferiores al más mero estilo del boxeo tailandés.

Otra de las anécdotas cuentan que en los años 50´s, una persona intentó robarle sus pertenencias, armado con un cuchillo, por lo que en acto de legítima defensa, propinó un certero golpe a la cabeza del agresor, quien murió por una fractura de cráneo. Si bien es cierto, no hubo consecuencias legales, sí afectó la técnica en la que siguió impartiendo sus clases, ya que procuró evitar los golpes abiertos a la cabeza, no así al cuerpo, en donde a la fecha se siguen utilizando.

Oyama falleció en el año de 1994, de cáncer, dando paso a la leyenda, incluso en Japón es considerado una deidad, en donde forma parte de la cultura popular, ya que hay películas, series, mangas, y todo un sinfín de manifestaciones que dan cuenta de su aportación al mundo de las artes marciales en todo el mundo. Su Karate Kiokushinkai sigue ganando adeptos por todo el mundo.




Todas estas historias y leyendas influyeron mucho en las generaciones que comenzaron a practicar el arte de los golpes y las patadas, circa 1997, años en los que no se tenía el acceso a Internet y la información se obtenía de revistas especializadas, muchas de ellas que se pedían por correspondencia, que era todo un arte para estar actualizado. Eso le daba magia al momento, porque la información se pasaba de boca y boca y era motivo de convivencia, pues mientras unos hablaban de su conocimiento del tema, otros escuchaban atentos y formaban en sus mentes aquellas imágenes y aquellos momentos que solo viven en la imaginación. Este y otros, eran temas de conversación en el Gold´s Gym, en las que intervenían “El Pollo”, Carlos Navarro y Ulises de la Cruz, entre otros, que sin duda vale la pena traer al presente de vez en cuando.