Un aspecto que ha perdido interés
y fuerza en el estudio de las artes marciales, es el de la magia que despierta
el explorar los alcances y las maravillas que puede realizar el ser
humano bajo el dominio de la mente y el cuerpo. Hoy día, con el auge del
Internet y las comunicación digital, casi no queda tiempo para echar la mente a
volar e imaginar mundos en donde los simples mortales pueden realizar saltos
tan grandes, que se puede decir que “vuelan”; que pueden tomar un sable y partir a la
mitad a varios enemigos de un solo tajo o incluso que destruyen muros utilizando solo los
puños. Esa forma de pensar, en edades tempranas estimulaba la imaginación y era
fuente inagotable de historias, en la que fungían como héroes personajes como
del que nos ocuparemos a continuación.
MASUTATSU ÓYAMA fue un maestro de
las artes marciales con una historia peculiar: Surcoreano de origen, emigra
desde temprana edad a Japón, comenzando sus prácticas desde los 9 años. El
karate tradicional fue su escuela, sin embargo, los azares de la vida lo
llevarían a lugares que quizá nunca imaginó.
Se dice que su infancia fue
marcada por la relación que tuvo con su padre alcohólico y abusivo, lo que
influyó para que desarrollara un carácter rebelde, que más tarde sería
reflejado en la forma en que estudió las diversas disciplinas marciales a lo
largo de su vida, ya que jamás se sujetó formalmente a ninguna, pues siempre
aportó de su propia cosecha y lo que no le gustaba, lo desechaba.
Ya en su juventud temprana, formó parte de un grupo selecto
de la milicia que se caracterizaba por hacer incursiones sin armas, con un alto
grado de efectividad, en donde demostró además de liderazgo, una envidiable
inteligencia y una sagacidad poco antes vistas; sin embargo, este grupo fue
disuelto al concluir la Segunda Guerra Mundial. Intentó sin obtenerlo, ingresar como piloto a la fuerza área japonesa, lo que marcaría su destino definitivo.
Lucha Olímpica, Judo, Box,
Karate, así como otras disciplinas que estaban en ciernes, fueron abordadas con
mucho entusiasmo, incluso algunas incipientes como el Aikido. Sin embargo, en
un momento de iluminación, es aconsejado para que se retire a la soledad de las
montañas, a perfeccionar su arte. Acepta, no sin la condición de llevar un
alumno de compañía, quien deserta a los 6 meses, dejándole en la soledad. Escribe
una carta a su maestro haciéndole saber que tiene serias dudas sobre la
necesidad de regresar a la civilización y su maestro le sugiere depilarse las
cejas, ya que así le “daría vergüenza que la gente le viera”, no sin antes extenderle sinceros y sabios consejos filosóficos.
No completa su entrenamiento
plenamente y regresa a Japón a competir, obteniendo inmejorables resultados, ya que
no perdió ningún combate, quedando todo eso documentado, más sin embargo, tenía
un hueco en su corazón, un gran vacío por no haber completado su meta como lo había planeado, así que regresa a la paz de las montañas, ahora
completamente solo, forjando de manera sólida su leyenda.
Sube a la montaña de Kiyozumi, en donde sus
práctica incluían el estar varias horas bajo el flujo de agua helada de
cascadas, romper piedras y maderas con los puños, realizar saltos cada vez más
altos siguiendo el crecimiento natural de la vegetación. Pero no solo eso, se
inmiscuye profundamente en la filosofía Zen, leyendo toda la literatura que
pudo encontrar y combinando de manera mística la preparación entre el cuerpo,
la mente y el espíritu.
Ahora sí concluye satisfactoriamente
su entrenamiento, y regresa de nueva cuenta a la civilización sintiéndose
completamente preparado, dedicándose un año entero a demostrar las habilidades
aprendidas, viajando a los Estados Unidos, para luchar contra cualquier
peleador que quisiera enfrentársele, sin importar su peso o especialidad. Se dice
que luchó con cerca de 270 excelentes peleadores, derrotándolos a todos, destacando
el hecho de que a la mayoría los sometió en menos de 3 minutos, a muchos de
ellos en segundos, gracias a lo cual llegó a ser llamado “Godhand” (Mano de
dios) en alusión a la locución japonesa "Ichi geki, Hissatsu", o ,"Un
golpe, una muerte", que era
el ideal del peleador, convertir el cuerpo en un “sable humano” capaz de
derrotar al contrincante con un solo impacto.
Pero además de estas hazañas, hubo una en particular que llamó la
atención en todo el mundo. Y se trata de lo siguiente. Para probar su poder,
desde el año 1950 comienza a dar exhibiciones, combatiendo con toros. No fueron
toros cualquiera, la mayoría eran toros de lidia de reconocida bravura, estando
de acuerdo los cronistas en que fueron poco más de 52 combates oficiales que
pudieron ser constatados. Aunque se dice que los mataba, realmente se tiene el antecedente de que venció a 49
rompiéndoles uno o dos cuernos y matando a los 3 restantes de un solo golpe,
que realizaba con el canto de la mano, emulando la técnica del sable descrita
en el párrafo que antecede.
Como nota
curiosa, a los 34 años en la Ciudad de México, casi pierde la vida en una
exhibición, ya que uno de los toros lo alcanzó a cornar. Sería gracias a su
fortaleza física, su disciplina o
solamente suerte, pero pudo vivir para contarla.
Posteriomente
decide dedicarse a la enseñanza, y su mayor aportación es la creación del
estilo de Karate “Kyokushinkai” (Escuela de la más alta verdad, de Kyoku: lo más alto; Shin: Verdad o
Realidad), estilo influenciado en gran parte por la incursión que hizo el
maestro en el Muay Thai, y en donde destacan los ataques a corta distancia, que
pretenden noquear al adversario, incluyendo golpes potentes y patadas a las
extremidades inferiores al más mero estilo del boxeo tailandés.
Otra de las anécdotas cuentan que en los años 50´s, una persona intentó
robarle sus pertenencias, armado con un cuchillo, por lo que en acto de
legítima defensa, propinó un certero golpe a la cabeza del agresor, quien murió
por una fractura de cráneo. Si bien es cierto, no hubo consecuencias legales, sí
afectó la técnica en la que siguió impartiendo sus clases, ya que procuró
evitar los golpes abiertos a la cabeza, no así al cuerpo, en donde a la fecha
se siguen utilizando.
Oyama falleció en el año de 1994, de cáncer, dando paso a la leyenda,
incluso en Japón es considerado una deidad, en donde forma parte de la cultura
popular, ya que hay películas, series, mangas, y todo un sinfín de
manifestaciones que dan cuenta de su aportación al mundo de las artes marciales
en todo el mundo. Su Karate Kiokushinkai sigue ganando adeptos por todo el
mundo.
Todas estas historias y leyendas influyeron mucho en las generaciones
que comenzaron a practicar el arte de los golpes y las patadas, circa 1997,
años en los que no se tenía el acceso a Internet y la información se obtenía de
revistas especializadas, muchas de ellas que se pedían por correspondencia, que
era todo un arte para estar actualizado. Eso le daba magia al momento, porque
la información se pasaba de boca y boca y era motivo de convivencia, pues
mientras unos hablaban de su conocimiento del tema, otros escuchaban atentos y
formaban en sus mentes aquellas imágenes y aquellos momentos que solo viven en
la imaginación. Este y otros, eran temas de conversación en el Gold´s Gym, en las que intervenían “El Pollo”, Carlos Navarro
y Ulises de la Cruz, entre otros, que sin duda vale la pena traer al presente de vez en cuando.